martes, 27 de septiembre de 2016

El detective que se comió a su autor


Pese a haber sido creado en el siglo XIX, Sherlock Holmes atraviesa en el XXI uno de sus mejores momentos. O, al menos, uno de los más prolíficos.


Este año se cumplen 125 años de la creación del personaje y si algo está claro es que el gusto por Sherlock Holmes ha renacido. Pero hay otro factor que ayuda a comprender esta revivida fiebre por este personaje: en Europa,los derechos de autor que pesaban sobre el personaje han expirado. Sin propiedad intelectual vigente y sin tener que adquirir derechos de autor y de explotación, la fascinación que el público siente por este genio del siglo XIX se convierte así en un negocio muy rentable.

 Todo el mundo lo conoce, pero a muchos les costaría recordar el nombre del escritor que lo creó. Es algo que también le ocurrió a Lewis Carroll con Alicia en el País de las Maravillas o al creador de Peter Pan, J. M. Barrie; una consecuencia de la grandeza del personaje”. No en vano, se apunta que Holmes es uno de los pocos personajes de la literatura cuya silueta podríamos reconocer casi universalmente, junto a la de Don Quijote, la de Hamlet o la del conde Drácula.
Cuando Conan Doyle decidió que Holmes muriera en 1893, recibió hasta amenazas por carta. Sus editores en The Strand Magazine le tuvieron que convencer para que retomara al detective. La leyenda dice que incluso la madre de Conan Doyle le retiró la palabra a su hijo.

Aunque la gran contribución de Conan Doyle, fue sin duda al género detectivesco y, posteriormente, al policíaco y de espías. Cuando Holmes dice de sí mismo que es el primer detective consultor del mundo, hay más verdad de la que Conan Doyle llegaría a imaginarse.
Los detectives y policías de la ficción no sólo heredaron de Holmes su genio, sino también su cara menos amable. Holmes en un personaje de talento intelectual brillante, pero todo lo demás en él eran ángulos oscuros. Solitario, autodestructivo y poco hábil en las relaciones sociales, presentaba muchos de los atributos con los que al lector le gusta identificarse. Algo en lo que juega un papel fundamental el personaje del Dr. Watson. Este representa un papel en la historia, pero también una réplica necesaria y punto de vista. Es un personaje muy infravalorado, que se ha vulgarizado mucho posteriormente.

¿Canon, tradición o franquicia?

En vida, un autor tiene la exclusividad de sus propios personajes, pero tras su muerte son sus herederos quienes pueden emitir la autorización para que un escritor lo reinterprete. Agatha Christie, por ejemplo, expresó en su testamento la intención de que nadie escribiera ninguna otra historia con sus personajes, por lo que ni Hércules Poirot ni Miss Marple han vuelto a protagonizar aventura alguna desde que su creadora falleciera. Los herederos de Ian Fleming, no obstante, sí han creado la franquicia Young Bond a partir del inmortal personaje de James Bond, que se ha traducido en cinco novelas sobre la juventud del espía británico, con su correspondiente beneficio editorial.
En el caso de Holmes, esta bendición de los herederos no deja de ser simbólica. En la mayoría de países ya no pesan derechos de autor sobre Sherlock Holmes. En España, por ejemplo, estos persisten durante toda la vida del autor y los 70 años posteriores a su muerte, que en el caso de autores nacidos antes de 1987 se extienden hasta los 80 años. Los que pesaban sobre la obra de Conan Doyle, que murió en 1930, dejaron de ser vigentes en 2010.
En este caso, y dado su carácter autorizado, muchos especulan con que la nueva obra de Horowitz vendría a aumentar el llamado canon y sería la primera –de las 4 novelas y 56 relatos que lo componen– no escrita por Conan Doyle y aun así, considerada canónica. Algo que ha irritado a algunos seguidores del inmortal detective, de por sí contrarios a muchas de las decisiones que han tomado los depositarios de los derechos sobre el personaje.
Los seguidores se consideran los verdaderos guardianes de su tradición literaria.
El hijo de sir Arthur Conan Doyle, Daniel, ostentó los derechos de autor hasta su muerte, momento en que pasaron a su hermano y de él, una vez murió, a la hermana pequeña, El Bank of Scotland se hizo cargo y vendió los derechos a un productor de cine norteamericano, que los perdió en Reino Unido cuando pasaron a ser de dominio público en 1980 pero los conservó en Estados Unidos gracias a la denominada Copyright Act de 1976; a los pocos años se los vendería de nuevo a la menor de los Doyle, que a su vez habría de pleitearlos de nuevo.
No extrañe, en estas circunstancias, que el criterio con el que se han autorizado o denegado adaptaciones de Sherlock Holmes a lo largo de los años haya sido errático, poco artístico y en ocasiones, claramente contrario al espíritu del personaje original. En medio de esta disputa, y hasta que los derechos de autor en Estados Unidos expiren en 2023, los seguidores de Holmes, que se consideran –quizás con razón– los verdaderos guardianes de su tradición literaria, no parecen dispuestos a dejar que una convención legal permita a novela alguna profanar a su reverenciado personaje.


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