Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn fue un escritor e historiador ruso, Premio Nobel de Literatura en 1970. Crítico del socialismo soviético, ayudó a construir la imagen del Gulag, el sistema de campos de trabajos forzados de la Unión Soviética en el que él estuvo preso desde 1945 hasta 1956.
Gran parte de sus trabajos fueron censurados por el aparato estatal soviético, pero su obra alcanzó un volumen notable, sobre todo Archipiélago Gulag, Un día en la vida de Iván Denísovich, Agosto de 1914 y Pabellón del cáncer. Solzhenitsyn fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1970, "por la fuerza ética con la que ha continuado las tradiciones indispensables de la literatura rusa".
Fue expulsado de la Unión Soviética en 1974, pero regresó a Rusia en 1994, tras la disolución de la Unión Soviética.
Participó en la mayor batalla de tanques de la historia (Batalla de Kursk) y fue detenido en febrero de 1945 en el frente de Prusia Oriental, cerca de Kaliningrado, poco antes de que empezara la ofensiva final del Ejército soviético que acabaría en Berlín. La razón de esta detención fueron algunas cartas cruzadas con un amigo en las que se hablaba de la forma en que vivían los granjeros de Occidente, algo que el propio autor iba viendo a medida que avanzaba con las tropas soviéticas en territorio alemán.fue condenado a ocho años de trabajos forzados y a destierro perpetuo por opiniones antiestalinistas.
El tema de las penalidades sufridas por los excombatientes de la Gran Guerra Patria, acusados de haber tenido demasiado contacto con el enemigo, aparece también en otros autores soviéticos de la época, como Vasili Grossman. Este tema es recurrente en sus escritos, pues en Archipiélago Gulag se queja también de que fuesen liberados antes los soldados alemanes prisioneros que los rusos disidentes.
En 1950 fue trasladado a un campo especial en la ciudad de Ekibastuz, en Kazajistán, donde se gestó Un día en la vida de Iván Denísovich.
Solzhenitsyn murió el 3 de agosto de 2008 a consecuencia de una insuficiencia cardíaca en su residencia de Moscú, según informó su hijo a la prensa. A la capilla ardiente, instalada en la sede de la Academia de las Ciencias de Rusia, acudieron en masa los moscovitas, para rendirle un último homenaje. También el entonces presidente ruso Vladímir Putin rindió homenaje al mayor crítico del régimen comunista. La tumba del escritor se encuentra en el cementerio del monasterio Donskói de Moscú, un camposanto del siglo XVI donde recibían sepultura en el pasado miembros de la realeza. Solzhenitsyn recibiría sepultura al lado de la tumba del famoso historiador ruso Vasili Kliuchevski (1841–1911), como pidió él mismo.
El libro nos cuenta, literalmente, una jornada en un campo de trabajo soviético. El protagonista, Iván Denísovich, es un hombre maduro que encara el tramo final de su condena, después de pasar años confinado en ése y otros campos por un delito de traición que no cometió. Como es de suponer, las condiciones de vida en ese ambiente son durísimas: no sólo por la severidad del confinamiento en el campo y de la que hacen gala sus responsables, sino por lo cruel del ambiente físico. Los presos están sometidos a días de intenso trabajo sin apenas descanso, sin comodidad alguna y sin esperanza de que esas circunstancias puedan cambiar.
No obstante, el relato de Solzhenitsyn juega con el lector desde la primera página: lejos de mostrar de forma descarnada ese ambiente, de poner por escrito los padecimientos a los que se enfrentaban los condenados (que eran muchos), el autor se escabulle y decide narrar esa jornada de trabajo como si de un ameno día de trabajo común se tratase. Shújov (sobrenombre de Iván Denísovich) se levanta a las cinco de la mañana para pelear por su ración de apenas doscientos gramos de gachas; se enfunda su astrosa ropa, remendada cientos de veces, para arrostrar una temperatura de más de veinte grados bajo cero y construir un barracón; trabaja levantando una pared durante horas con sólo una pausa para rucar un trozo de pan y una sopa fría, sin la posibilidad de acercarse a una estufa; y vuelve al campo al término del día extenuado, con la esperanza de comprar un poco de tabaco con el que liar un cigarrillo del que disfrutar antes de derrumbarse en su colchón de serrín apelmazado. Todo esto, sin embargo, se muestra al lector con un candor insólito, con un estilo sencillo y llano, con el propósito de hacer de esa jornada anodina un momento único, especial y casi mágico.
La escritura de Alexandr es simple y sencilla, su estilo se subordina al mensaje que quiere transmitir. Pero lo curioso es que ese mensaje es engañosamente pacífico. Shújov afronta ese día con paciencia, incluso con esperanza; no la esperanza de escapar o de pasarlo sin trabajar, o incluso de que su condena esté cerca de su final. Su esperanza es mundana, terrenal: Iván Denísovich quiere echarse al gaznate su ración para paladear sus gachas sin contratiempos; quiere marchar hacia el trabajo sin interrupciones, para no helarse de frío; quiere levantar un muro con pericia y efectividad, para demostrarse a sí mismo que sigue siendo un buen albañil. Su esperanza es la del día a día, la del hombre que no ansía nada porque nada le queda por ansiar. En ese sentido, la novela refleja una jornada idílica, en la que tanto Shújov como sus compañeros charlan, ríen, bromean, discuten, enferman o pelean como los seres humanos que son. Sólo los sutiles detalles que Solzhenitsyn va introduciendo en el relato hacen recordar al lector que las condiciones de vida de esos hombres son las más duras a las que se puede enfrentar un ser humano.
“Un día en la vida de Iván Denísovich” es un elogio hermoso y terrible a la integridad del hombre, a la inmensa capacidad de seguir siendo humanos en las condiciones más penosas y adversas. Una lectura imprescindible para los interesados en el campo tanto histórico como humano.